domingo, 29 de octubre de 2006

De una baldosa a otra, medio paso...

A lo largo de dos calles laterales que encuadran una plaza a extremos de la cual la Iglesia y la Intendencia se enfrentan eternamente se duplican, se triplican, se multiplican las instancias de paredes de fondo descarnadas, cuyos ladrillos rojos denuncian la antiguedad del barrio, la historia perdida, tapada, sobrepuesta por el concreto, la pintura, el desarraigo. Vestigios nublados de un pasado propio que se desvanece continuamente en los huesos de sus protagonistas como se evaporan las impresiones de un sueño a lo largo del tiempo. A lo largo de esas calles, de las veredas, la actividad febril, las complicaciones cotidianas que se entremezclan, irritantes y a la vez irritables, en el aire húmedo y pesado, que se aprieta en el horno de un sol tropical inmisericorde. El mismo que desde los inicios de la Ciudad vio levantarse humildes casas de madera, la plaza de tierra y la Iglesia de madera trabajosamente recolectada, que vio fuegos, guerras, terremotos, nacimientos, partidas, muertes, construcciones, historia viva, la muerte de la historia viva, de la gente, la muerte de la muerte, la memoria de la muerte, la muerte de la memoria de esta tierra que parió una generación que construyó su red de complicaciones a un ritmo frenético, que engendró la sucedánea, señores de la desesperanza, esos seres de mirada perdida que hoy recorren las dos, las cuatro, las dieciseis... Que hoy recorren todas las calles laterales de esta vida a lo largo de las cuales se multiplican las instancias de paredes de fondo descarnadas, cuyos ladrillos rojos denuncian, y renuncian... y en cuyos corazones -a juicio de Arbel- arde la llama de la destrucción de hoy a manos de mañana.

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