domingo, 29 de octubre de 2006
Viejos son los trapos...
El primer día
Volvió a entrar al cubo maltrecho y sucio que llamaba hogar. Encendió la radio. Noticias de ayer, iguales a las de la semana pasada, a las de hoy, a las de mañana. Rió para sí. Esperó unos minutos, distraído, antes de volver a salir. Buscó nuevamente con la vista allí, cerca de aquella esquina y finalmente encontró lo que buscaba. Tomó la mochila, meticulosamente preparada. Cerró con llave. A esta hora no había nadie en el pasillo. Bajó por la escalera. A la salida de la calle, un vecino que entraba con el periódico del día lo saludó. Arbel no contestó. Echó a andar. Dos, cuatro, siete cuadras más allá, más acá, otras tantas figuras avanzaban con idéntico rumbo.
De una baldosa a otra, medio paso...
A lo largo de dos calles laterales que encuadran una plaza a extremos de la cual la Iglesia y la Intendencia se enfrentan eternamente se duplican, se triplican, se multiplican las instancias de paredes de fondo descarnadas, cuyos ladrillos rojos denuncian la antiguedad del barrio, la historia perdida, tapada, sobrepuesta por el concreto, la pintura, el desarraigo. Vestigios nublados de un pasado propio que se desvanece continuamente en los huesos de sus protagonistas como se evaporan las impresiones de un sueño a lo largo del tiempo. A lo largo de esas calles, de las veredas, la actividad febril, las complicaciones cotidianas que se entremezclan, irritantes y a la vez irritables, en el aire húmedo y pesado, que se aprieta en el horno de un sol tropical inmisericorde. El mismo que desde los inicios de la Ciudad vio levantarse humildes casas de madera, la plaza de tierra y la Iglesia de madera trabajosamente recolectada, que vio fuegos, guerras, terremotos, nacimientos, partidas, muertes, construcciones, historia viva, la muerte de la historia viva, de la gente, la muerte de la muerte, la memoria de la muerte, la muerte de la memoria de esta tierra que parió una generación que construyó su red de complicaciones a un ritmo frenético, que engendró la sucedánea, señores de la desesperanza, esos seres de mirada perdida que hoy recorren las dos, las cuatro, las dieciseis... Que hoy recorren todas las calles laterales de esta vida a lo largo de las cuales se multiplican las instancias de paredes de fondo descarnadas, cuyos ladrillos rojos denuncian, y renuncian... y en cuyos corazones -a juicio de Arbel- arde la llama de la destrucción de hoy a manos de mañana.
viernes, 27 de octubre de 2006
Si te duele la cabeza...
toma Geniol con cerveza,
un cacho de fugazzeta
y pan con ajo", la receta
para estar mucho mejor
según lo dijo un señor
que tiene su residencia
arriba de la vereda
subidito en el cordón...
Cerca, ¿no?
¿humedad?¿lodo?¿sangre?
¿que importa ya?
Todas marcas de duelo.
De sentimiento. De hambre.
Un dolor canalla.
Una rayazo en la cara.
Que quema...
Que lastima...
Que arde...
Que no me deja.
Olvidarte.