viernes, 29 de diciembre de 2006

Resignación del Regreso

De un cuaderno hallado, para una nenita re de bien...

Viviré lejos hasta el día en que me falle el temple y marche contrito el ser mío de vuelta al país maldito de montañas, de valles y de ríos. De ríos grises, curvos, hondos, cortantes hojas de acero frío; de pastizales secos en llamas untadas del veneno tuyo; de verdes tapices del destierro mío. Y entonces en la cima del abismo gritará mi alma, ese corazón baldío: "¡Ah, que me abraso!¡Ah, que me ahogo!", mas será llanto ignorado, será presagio sombrío como alarido terrible dado entre las llamas por un impío...

A mala hora mal peñón golpea
la puerta ajada del bastión roído
cual regreso de las balas pasadas
que zumban aún en mis oídos...
Recuerdos de la cuadra maltratada,
sangre, valor, sudor y orgullo míos.

viernes, 1 de diciembre de 2006

O...

Arbel y el charango
tocan un tango
a la soledad.

La mina
del último piso
consume el aire,
viene y se va.

Y Arbel y el tango
bailan y bailan
y hacen ruedas...
ruedas de humo
en la oscuridad.

Escupiendo semillas

Los días de fin de término siempre eran más relajados que los de mediados, aunque existiera ese pequeño detalle llamado exámenes finales. Pero por lo general era solo uno, a lo sumo dos al día, y ya a esas alturas no había que matarse mucho estudiando. Lo que se sabe, se sabe, lo que no... pues no se sabe. En cuanto a lo cognoscitivo, Arbel estaba tranquilo para enfrentar esa última semana antes de la libertad definitiva. De momento, a atender lo inmediato. Sentado en el balcón devoraba alegremente lo que quedaba de la bolsa de chinas mandarinas que había traído la última vez que fue a su casa. En la radio, algún opinólogo a sueldo le daba con un caño al gobierno de turno. En la calle, la gente le daba con un caño al opinólogo a sueldo. Y en el balcón, Arbel estaba tranquilo, pensando.

Si bien no lo alteraba el fin del semestre con sus trajines, había otro tema que algo de melancolía le daba siempre. Y era saber que no iba a volver a ver a algunas de esas personas que habían conformado los grupos a los que había pertenecido. Siempre cambian los grupos, y uno se encuentra gente buena, la mayoría, gente mala, unos cuantos, pero por sobre todo, gente, que van y vienen y están sin mayor trascendencia, pero a los que de todos modos, por algún extraño proceso sentimental, se echa de menos cuando no están. ¿Qué sería de la chica espigada y esbelta que con su cabellera negra y su sonrisa iluminaba las mañanas en las que había que cursar desde las siete y media? ¿Y del cadete militar, que asiste a clase en uniforme y se sonríe cuando el profe ironiza con la milicia? En estas cosas pensaba Arbel las tardes antes del fin del semestre, siempre, sin excepción. Y también siempre sin excepción alguna conclusión alcanzaba, pero durante el camino de otro semestre el rodaje la borraba, y terminaba todos los años pensando las mismas cosas en las mismas épocas.

Y de chicas, ni hablar. Por ahi siempre aparecía alguna que acercaba más agua a su molino que las demás a la hora de batallar por los pensamientos de Arbel. Pero, ¿que raro, no? Nunca se animaba a hablarles. Decía él que no tenía tiempo, aunque muy adentro, lo que no tenía era fe, ni ganas. "¿Para qué buscar, si todo termina? De última, las cosas pasan solas, como en un tema de Sui Generis". Y pensando en esto, tragó lo que quedaba de la última china, se echo hacia atrás en el sillón, y se quedó dormido de cara al sol.

Sí, los días de fin de término siempre eran más relajados.