viernes, 8 de febrero de 2008

Javier y Florencia

Javier y Florencia gustaban de salir a pasear los fines de semana. Sábado a la tarde o domingo temprano, sacaban su carrito y se iban por ahí, sin rumbo, a recorrer las carreteras del País. "Qué es lo peor que puede pasar? Puerto Rico es una Isla...", decían. Así seguían semana tras semana, explorando las rutas más olvidadas. Por la tarde o la nochecita se detenían en cualquier chinchorro a alimentar la panza y saciar la sed y se volvían a su casita satisfechos. Y en esa vida de yuppies culpables y sin hijos vagabundeaban sus 'findes'. El domingo pasado no fue excepción. Javier, que además de guiar le gustan las represas, había estado leyendo en Internet a cerca de embalses olvidados, de cuando Energía Eléctrica todavía se llamaba Fuentes Fluviales y las hidroeléctricas tenían futuro. Decidido a visitar cierto paraje de la región central, planificó con Florencia y salieron tempranito.


Si hay algo que sobra en Puerto Rico, son millas de carretera. Gente de la costa al fin, se perdieron. Hombre al fin, Javier se negó a pedir direcciones. A las dos de la tarde, con el sol y la resolana embotada por la cubierta de árboles, seguían perdidos por una carretera sin rótulos ni fin aparente. Florencia había pasado del fastidio al retraimiento, y se hacía la desentendida en el asiento del pasajero. A ambos le molestaban las tripas, habiendo dado cuenta hace rato de la libra de pan y el botellón de refresco. Una hora más tarde, y sin una señal de civilización a la vista, Florencia finalmente estalla. "No puedo más. Tengo hambre y estoy cansada y aparte tengo que trabajar mañana en la cuenta de los Padró, que la inepta de Emilia estuvo por perderla y me la espetaron a mí. Vira ya." Javier no la mira. Segundos más tarde, cuando ya lo de Florencia esta por pasar a la violencia, la carretera termina abruptamente en un desvencijado portón de alambre de ciclón. Un tablón a duras penas legible fijado al alambre lee: "Hidroeléctrica Los Yagrumos, 1929". El portón está abierto. Mas allá, el camino casi desaparece entre pastos y malezas. "No pensarás que vamos a entrar por ahí, verdad?", pregunta Florencia. Javier ríe y reanuda la marcha.


Dentro del predio un edificio derruido es todo lo que queda del cuarto de control. La represa original, abandonado su fin de producción de energía, ha sido tapada con un embalse de tierra. El lago, olvidado, yace cubierto de juncos. El cielo súbitamente gris añade al ambiente de desolación. Ninguno de los dos se anima a bajarse del auto. Observan la escena con los cristales abajo. Javier, bastante decepcionado, comienza a virar, lamentando el largo camino, y el que le espera de vuelta, todo para ver semejante porquería, cuando una voz los detiene en seco. "Se van a ir sin comer? Miren que para llegar acá se necesita! Deben estar muertos de hambre. Y se nota que vienen de lejos." Allí, en una esquina del predio a orillas del lago había un carrito de hot dogs que no habían visto hasta ahora. Lo atendía un señor con una camiseta raída y los pantalones más sucios que habían visto en su vida. "No mucha gente viene por acá ya... El negocio está malo, malo...", dijo con ese tono de resignación de la gente que ha recibido muchos cantazos de la vida. Agradecidos de su buena suerte, la pareja come y conversa con el vendedor hasta que es hora de emprender el viaje de regreso.


En el portón de entrada, una guagua trae una brigada de empleados de la Autoridad de Energía Eléctrica que se sorprenden de encontrarlo abierto. Una inspección cuidados del predio revela un automóvil sumergido en el lago y los cuerpos de una pareja dentro. No hay carrito de hotdogs.