jueves, 30 de agosto de 2007

De no se qué y no sé cuanto...

La maraña enorme de cosas que gusaneaban por las neuronas de Arbel lo habían alejado de las páginas de sus cuadernos por más tiempo de lo habitual. Una situación definitivamente indeseable, quizá tanto como fatalmente inevitable. Y es que; aparte de que la Facultad no era joda, últimamente nada era joda. Se sentía muchas veces sin ganas de hacer nada, pesado y apesadumbrado. Incluso las cosas que anteriormente habían sido fuente de solaz en las tardes lluviosas de verano ahora se perfilaban menos interesante que ver llover. Con todo, la mente de Arbel no encontraba sosiego en esa inmovilidad, si no que daba palos a ciegas en una desesperada búsqueda del por qué de razones desconocidas. Era casi como ese tema de Bersuit que dice “el alma se muere en el sarcófago de la elegancia”. Si bien por ahora ese sarcófago todavía aguantaba el peso de las paredes que se cerraban sobre el pobrecillo, su imaginación trabajaba febrilmente sobre las múltiples concebibles variaciones del momento en que los pilares finalmente cedieran y encontrara su psiquis aplastada bajo los escombros de las más íntimas incomodidades del ser. Y pensando así, diciendo así, llorando así por el camino, que será de este perdido por las calles de la Ciudad... Tal vez termine sentado en un banco de la Plaza, escribiendo el Opúsculo sobre la tortura del alma.